Panamá 26 de sep. de 14
En mi intento de digerir la humillación, en horas de la madrugada del siguiente día, reconozco que tengo un problema, pero definitivamente mi problema surge de problemas mayores.
En la semana del 19 al 22 de septiembre tuve el honor de atender a 2 damas mexicanas, familia propia por parte de mi esposo. Fuimos al Centro Comercial El Dorado principalmente a ver telas, pero como buenas niñas caminamos todo lo demás y entramos a una tienda llamada ‟Gringo Outlet”, arriba del Food Court.
Descripción de la tienda: Apiñada en extremo, letreros sobre letreros escritos en marcador de diferentes colores, sucia y muy mal organizada.
Nos dio por entrar ya que los letreros indicaban precios hasta de $3.00 y desde afuera se veían cosas rescatables. Al entrar y observar ropa Adidas no usada y a buen precio decidimos ver todo lo demás. Yo en lo personal me concentré en este tipo de ropa, mi amiga Raquel y mis invitadas se pasearon por el resto. Al ser ropa barata revisé a detalle lo que me interesó comprar así que fui y vine una y otra vez sobre la misma ropa.
En un momento pude observar una mirada muy fuerte sobre mí, la encontré y era un tipo muy panzón vestido todo de blanco, con su resguardo de santería, su acento venezolano y un rostro inquisidor de aspecto callejero. Lo miré fijamente pero no le presté mayor atención y seguí en mi búsqueda. Le hice una pregunta sobre tallas a la única señora que por sus pasos arrastrados y su mirada perdida se sabía que era su zona de trabajo. Su respuesta me habló de su nacionalidad colombiana y de sus casi nulas ganas de contestarme, mucho menos atenderme. Le hice una segunda pregunta, dándole oportunidad de reivindicarse, pero fue en vano. Ignoré su falta de educación y seguí en lo mío sola.
Al final nos encontramos las 4 mujeres viendo el mismo grupo de ropa y opinando en conjunto de algunas piezas. Estábamos ubicadas casi a la entrada de la tienda y la travesía hacia los vestidores era demasiado complicada. Por esta razón decidí probarme una camisa encima que al final no quise. Ya terminando mi recorrido y teniendo yo un pantalón en la mano que me disponía a comprar, me propuse ayudar a mi tía en su búsqueda y en eso encontré uno que me interesó y me lo probé encima por segunda vez.
En un instante viene el tipo de blanco, y casi gritando dice estas palabras: –no se puede poner la ropa aquí, tiene que ir atrás! Sálgan de aquí, se me van!–. Mi amiga y yo nos miramos la una a la otra, entre sonrisa y asombro, como diciendo: esto no puede estar pasando. Miro alrededor de la tienda y cada quien estaba en lo suyo. –Y les tengo que revisar la bolsa- prosiguió. Era una bolsa del almacén Estampa que tenía mi amiga. Este hombre muy mal educado entre gritos y tropiezos llegó hasta Raquel e intentó, por su propia cuenta, revisar la bolsa. Raquel con mucha decencia le dijo: -Un momento, yo le voy a mostrar lo que hay en la bolsa-. Ya habiéndole mostrado caminamos hacia la salida mientras el hombre repetía con manoteos casi encima de nosotras: -se me van!-.
En shock salimos muy lentamente mi amiga y yo y al final le dije sin gritar: -pinche venezolano-.
Honestamente me arrepiento de haberme dejado correr de ese lugar. Reconozco que estuvo mal que me midiera la ropa fuera del vestidor, pero en ningún lugar del mundo creo que esta reacción exagerada sea bien vista, sobre todo si no hay certeza o evidencia de robo o algún otro acto ilegal u ofensivo. Sé que es iluso pensar que poniéndolo en su lugar iba a educarlo para que re-evaluara su mal trato, pero en caso de que lo hubiera hecho no tendría mi dignidad tan atropellada como la tuve después de eso.
La ropa de la tienda no tiene los sensores de seguridad que detectan cuando una mercancía no pagada sale del almacén. Quizá le han robado miles de veces, quizá está frustrado por lo mal que le va en los negocios y en la vida, pero quizá está lavando dinero o es narcotraficante y haberme parado firme ante su patanería me hubiese acarreado un mal innecesario y penas a mi familia.
Muy mal hecho todo.
Muy mal ofenderlo por su nacionalidad pero este tipo de experiencia alimenta el rechazo por las personas extranjeras indecentes.
Muy mal no ubicarlo en la realidad, porque sea como sea él no tiene potestad de literalmente largar a quien se antoje del lugar de la forma más vulgar. No se trata de nacionalidades realmente, se trata de respeto y derechos civiles.
No sé con certeza los problemas que tenga el señor de esta historia, pero los problemas personales no pueden afectar al resto de la humanidad. Tal práctica nos convierte en un problema como tal.
Finalmente creo que:
1. Nada justifica la violencia pero pese a nuestra incomodidad, la ropa se mide en los vestidores.
2. No es correcto esperar lo malo de lugares baratos. Hay gente buena y amable que trabaja en esos lugares.
3. No es correcto juzgar una bandera o una nación por 1, 2 o 10 personas con problemas. He conocido gente venezolana y colombiana con principios y valores.
4. Muchas veces el patriotismo genera más violencia que paz. Al final, en un principio el mundo se creó sin fronteras, sin banderas y sin divisiones políticas. Este hombre me provocó a ira, pero otro día puede ser una panameña en Italia y no quiero ser yo calibrada por los errores de ella por ser yo panameña.
5. Sembraron en mí un rechazo radical a quienes practican la Regla de Ocha o Santería. Cosa que con educación y esfuerzo erradiqué de mi sistema porque creo firmemente que cada quien tiene derecho a practicar la religión que mejor le parezca. Libertad que, siempre que no perjudique a las demás personas, es legal y merecida. Sé que no puedo ni debo juzgar a este hombre por su práctica religiosa, igual que él hay muchos cristianos/as y judíos/as y budistas y católicas/os.
6. La violencia genera violencia. Quizá se trata de un mal día para este venezolano y yo también he tenido días malos.
De esta experiencia me queda claro que debemos trabajar en nuestra xenofobia, en mejorar nuestra práctica cristiana, en nuestra hospitalidad, en nuestra capacidad de mirar cada evento con objetividad y no bajo percepciones tóxicas. No es sano tender a pensar negativamente de la gente, no son sanas ni ciertas las generalizaciones y definitivamente no somos más ni menos que la gente foránea.
Bendita mi madre Panamá, abrigo de muchas banderas y refugio de innumerables hogares. Roguemos según cada fe para que nuestro proceder no se alimente de prejuicios y para que nuestras obras obedezcan aquel viejo y conocido refrán: -Así que, todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con [la gente]- (Mt 7:12 RVC).
En mi intento de digerir la humillación, en horas de la madrugada del siguiente día, reconozco que tengo un problema, pero definitivamente mi problema surge de problemas mayores.
En la semana del 19 al 22 de septiembre tuve el honor de atender a 2 damas mexicanas, familia propia por parte de mi esposo. Fuimos al Centro Comercial El Dorado principalmente a ver telas, pero como buenas niñas caminamos todo lo demás y entramos a una tienda llamada ‟Gringo Outlet”, arriba del Food Court.
Descripción de la tienda: Apiñada en extremo, letreros sobre letreros escritos en marcador de diferentes colores, sucia y muy mal organizada.
Nos dio por entrar ya que los letreros indicaban precios hasta de $3.00 y desde afuera se veían cosas rescatables. Al entrar y observar ropa Adidas no usada y a buen precio decidimos ver todo lo demás. Yo en lo personal me concentré en este tipo de ropa, mi amiga Raquel y mis invitadas se pasearon por el resto. Al ser ropa barata revisé a detalle lo que me interesó comprar así que fui y vine una y otra vez sobre la misma ropa.
En un momento pude observar una mirada muy fuerte sobre mí, la encontré y era un tipo muy panzón vestido todo de blanco, con su resguardo de santería, su acento venezolano y un rostro inquisidor de aspecto callejero. Lo miré fijamente pero no le presté mayor atención y seguí en mi búsqueda. Le hice una pregunta sobre tallas a la única señora que por sus pasos arrastrados y su mirada perdida se sabía que era su zona de trabajo. Su respuesta me habló de su nacionalidad colombiana y de sus casi nulas ganas de contestarme, mucho menos atenderme. Le hice una segunda pregunta, dándole oportunidad de reivindicarse, pero fue en vano. Ignoré su falta de educación y seguí en lo mío sola.
Al final nos encontramos las 4 mujeres viendo el mismo grupo de ropa y opinando en conjunto de algunas piezas. Estábamos ubicadas casi a la entrada de la tienda y la travesía hacia los vestidores era demasiado complicada. Por esta razón decidí probarme una camisa encima que al final no quise. Ya terminando mi recorrido y teniendo yo un pantalón en la mano que me disponía a comprar, me propuse ayudar a mi tía en su búsqueda y en eso encontré uno que me interesó y me lo probé encima por segunda vez.
En un instante viene el tipo de blanco, y casi gritando dice estas palabras: –no se puede poner la ropa aquí, tiene que ir atrás! Sálgan de aquí, se me van!–. Mi amiga y yo nos miramos la una a la otra, entre sonrisa y asombro, como diciendo: esto no puede estar pasando. Miro alrededor de la tienda y cada quien estaba en lo suyo. –Y les tengo que revisar la bolsa- prosiguió. Era una bolsa del almacén Estampa que tenía mi amiga. Este hombre muy mal educado entre gritos y tropiezos llegó hasta Raquel e intentó, por su propia cuenta, revisar la bolsa. Raquel con mucha decencia le dijo: -Un momento, yo le voy a mostrar lo que hay en la bolsa-. Ya habiéndole mostrado caminamos hacia la salida mientras el hombre repetía con manoteos casi encima de nosotras: -se me van!-.
En shock salimos muy lentamente mi amiga y yo y al final le dije sin gritar: -pinche venezolano-.
Honestamente me arrepiento de haberme dejado correr de ese lugar. Reconozco que estuvo mal que me midiera la ropa fuera del vestidor, pero en ningún lugar del mundo creo que esta reacción exagerada sea bien vista, sobre todo si no hay certeza o evidencia de robo o algún otro acto ilegal u ofensivo. Sé que es iluso pensar que poniéndolo en su lugar iba a educarlo para que re-evaluara su mal trato, pero en caso de que lo hubiera hecho no tendría mi dignidad tan atropellada como la tuve después de eso.
La ropa de la tienda no tiene los sensores de seguridad que detectan cuando una mercancía no pagada sale del almacén. Quizá le han robado miles de veces, quizá está frustrado por lo mal que le va en los negocios y en la vida, pero quizá está lavando dinero o es narcotraficante y haberme parado firme ante su patanería me hubiese acarreado un mal innecesario y penas a mi familia.
Muy mal hecho todo.
Muy mal ofenderlo por su nacionalidad pero este tipo de experiencia alimenta el rechazo por las personas extranjeras indecentes.
Muy mal no ubicarlo en la realidad, porque sea como sea él no tiene potestad de literalmente largar a quien se antoje del lugar de la forma más vulgar. No se trata de nacionalidades realmente, se trata de respeto y derechos civiles.
No sé con certeza los problemas que tenga el señor de esta historia, pero los problemas personales no pueden afectar al resto de la humanidad. Tal práctica nos convierte en un problema como tal.
Finalmente creo que:
1. Nada justifica la violencia pero pese a nuestra incomodidad, la ropa se mide en los vestidores.
2. No es correcto esperar lo malo de lugares baratos. Hay gente buena y amable que trabaja en esos lugares.
3. No es correcto juzgar una bandera o una nación por 1, 2 o 10 personas con problemas. He conocido gente venezolana y colombiana con principios y valores.
4. Muchas veces el patriotismo genera más violencia que paz. Al final, en un principio el mundo se creó sin fronteras, sin banderas y sin divisiones políticas. Este hombre me provocó a ira, pero otro día puede ser una panameña en Italia y no quiero ser yo calibrada por los errores de ella por ser yo panameña.
5. Sembraron en mí un rechazo radical a quienes practican la Regla de Ocha o Santería. Cosa que con educación y esfuerzo erradiqué de mi sistema porque creo firmemente que cada quien tiene derecho a practicar la religión que mejor le parezca. Libertad que, siempre que no perjudique a las demás personas, es legal y merecida. Sé que no puedo ni debo juzgar a este hombre por su práctica religiosa, igual que él hay muchos cristianos/as y judíos/as y budistas y católicas/os.
6. La violencia genera violencia. Quizá se trata de un mal día para este venezolano y yo también he tenido días malos.
De esta experiencia me queda claro que debemos trabajar en nuestra xenofobia, en mejorar nuestra práctica cristiana, en nuestra hospitalidad, en nuestra capacidad de mirar cada evento con objetividad y no bajo percepciones tóxicas. No es sano tender a pensar negativamente de la gente, no son sanas ni ciertas las generalizaciones y definitivamente no somos más ni menos que la gente foránea.
Bendita mi madre Panamá, abrigo de muchas banderas y refugio de innumerables hogares. Roguemos según cada fe para que nuestro proceder no se alimente de prejuicios y para que nuestras obras obedezcan aquel viejo y conocido refrán: -Así que, todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con [la gente]- (Mt 7:12 RVC).